De las erupciones volcánicas de Lanzarote la que más caló entre sus habitantes fue la que tuvo lugar entre 1730 al 36, que cubrió buena parte de la isla.
El manuscrito más conocido de lo que aconteció por aquel entonces, es el testimonio del Párroco de Yaiza don Andrés Lorenzo Curbelo, que relató los acontecimientos desde el comienzo de las erupciones hasta que la población de la zona emigró entre 1731 y 1732 por la amenaza que suponía los continuos procesos volcánicos que se sucedían.
“El 1º de Septiembre de 1730, entre las nueve y las diez de la noche la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diez y nueve días. Pocos días después un nuevo abismo se formó y un torrente de lava se precipitó sobre Timanfaya, sobre Rodeos y sobre una parte de Mancha Blanca…” El texto continúa con la narración de lo acontecido.
Son en estas erupciones cuando se sitúa EL MILAGRO de Nuestra “Señora de los Dolores”.
Había terminado de dar misiones en Tinajo un franciscano “el Padre Guardián” que pedía en sus predicas que el pueblo debía acogerse a la protección de la Virgen de los Dolores cuya fiesta acababa de conceder el Papa Clemente XII a España en 1735 para celebrarse por primera vez el 15 de septiembre del siguiente año.
El pueblo en esos amargos días, veía lleno de terror como los brazos de lava se acercaban amenazantes a Tinajo, poniendo en peligro la vida de sus habitantes.
Fue el padre Guardián quien a primeros de abril de 1736 convoca una procesión, para dirigirse a Mancha Blanca. Portaban un cuadro con la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, que se hallaba en la iglesia de San Roque.
En Santa Procesión llegaron hasta la montaña de Guiguan; donde, después de rezos y plegarias prometieron a la Virgen construirle una ermita si paraba los ardientes ríos de lava que amenazaban con sepultar el pueblo de Tinajo.
Aún a costa de perder la vida uno de los hombres se adelantó cuanto pudo y clavó una cruz de tea al borde del río de lava. Mientras; el resto de vecinos seguían rogando a la virgen compasión para el desastre que se les venia encima.
Las lavas seguían su camino, cuando de pronto, y a los pies de la Cruz que había clavado aquel osado devoto, la lava se detuvo. Al grito de “Milagro, Milagro” las gentes festejaron el que la Virgen escuchara sus ruegos y alejara el peligro.
Pasó el tiempo y los vecinos acostumbrados ya, a la nueva situación de tranquilidad que vivían, olvidaron los días difíciles que vivieron y por supuesto “la promesa”.
Años más tarde cuando la pastorcilla Juana Rafaela, hija de Juan Antonio Acosta y Rita Umpiérrez una humilde familia de cabreros, estaba cuidando del ganado en la montaña de Guiguan, una señora vestida de negro se le acercó y pidió a la niña que recordara a los mayores la promesa que tiempo atrás habían hecho; la de construir una ermita.
Cuando Juana Rafaela contó lo sucedido en casa, sus padres no la creyeron, tomando a broma el relato de la niña, incluso regañándoles por inventarse esas truculentas historias.
La señora de negro volvió a parecérsele a la niña en otra jornada de pastoreo y repetirle el mensaje. Ésta, le dijo que lo había contado en casa pero que sus padres la riñeron y no la creyeron. La virgen grabó su mano en la espalda de Juana Rafaela, y le dijo “vete ahora te creerán”.
En esta ocasión asombrados, no tuvieron más remedio que creer en las palabras de la niña.
La pastorcilla que contaba con nueve años y que no conocía santo alguno, no podía ratificar quien era la señora que se le acerco en aquella montaña. Las autoridades religiosas de aquel entonces le hicieron toda clase de pruebas para comprobar la veracidad del relato. La llevaron a Teguise, y le enseñaron imágenes de todos los santos de que disponían; cuando a la niña le mostraron la imagen de “Nuestra Señora de los Dolores” palideció se quedó abatida y reconoció al instante la figura de aquella señora triste de capa negra.
Así fue como la gente del pueblo se apresuró a construir la ermita que habían prometido a la Virgen de los Dolores.
Esta leyenda sigue viva entre los Lanzaroteño desde aquellos primeros días del mes de abril de 1736 hasta nuestros días, con una ferviente devoción a la que es por deseo popular nuestra Patrona “La Virgen de los Dolores o Virgen de los Volcanes”.